5/03/2014

HELENA, DE DIARIO DE A BORDO III, DE SEFERIS

HELENA


Teucro:  ... hacia la marinera Chipre, donde el oráculo
de Apolo me predijo que fundaría  una
ciudad con el isleño nombre de Salamina,
en recuerdo de mi lejana patria.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Helena: Yo nunca fui a Troya, sólo estuvo mi sombra.
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Mensajero: ¿Qué dices? ¿Sólo por una sombra tanto
hemos padecido?

Eurípides, Helena.

 "No te dejan en Platres dormir los ruiseñores".

Pudoroso ruiseñor, tú, que en el sosiego de las hojas
brindas el alivio melodioso del bosque
a los cuerpos separados y a las almas
de los que saben que ya no volverán.
Voz ciega, que palpas en la noche del recuerdo
pasos y gestos, no me atrevería a decir besos;
amarga turbación de la esclava exasperada.

"No te dejan en Platres dormir los ruiseñores".

¿Qué es Platres? ¿Quién conoce esta isla?
Me he pasado la vida oyendo nombres desconocidos:
nuevos lugares, nuevas locuras de hombres
o de dioses.
Mi suerte, que oscila
entre la cuchillada postrera de un Áyax
y una nueva Salamina,
me ha traído aquí, a esta playa.
La luna
ha surgido del mar como Afrodita:
ha eclipsado las estrellas de Sagitario, apunta ahora
al corazón de Escorpio y todo lo transforma.
¿Dónde está la verdad?
Yo también fui un arquero en la guerra;
mi destino, el de un hombre que erró el tiro.

Ruiseñor cantarín,
una noche así, en las orillas de Proteo,
las cautivas espartanas te escucharon y alzaron su lamento,
entre ellas -¿quién lo diría?- ¡Helena!
La que tantos años perseguimos en el Escamandro.
Allí estaba, a las puertas del desierto. Pude tocarla,
     me habló:
"No es verdad, no es verdad", gritaba.
"No embarqué en la nave de azulada proa.
Jamás pisé la valerosa Troya".

Con su ceñido talle, el sol en sus cabellos y su porte,
todo sombras y sonrisas
en sus hombros, en sus muslos, en sus rodillas:
su piel radiante y sus ojos
de largas pestañas,
allí estaba, a la orilla de un delta.
¿Y en Troya?
En Troya, nada -una ficción.
Así lo querían los dioses.
Y Paris yacía con una sombra como si fuera una criatura
     viva.
¡Y por Helena estuvimos degollándonos diez años!
Un inmenso dolor se abatió sobre Grecia.
Tantos cuerpos arrojados
a las fauces del mar, a las fauces de la Tierra;
tantas almas entregadas a las muelas como el trigo en
     el molino.
Los ríos se crecían con la sangre en el légamo
por un ondear de lino, por una nube,
tremular de una mariposa, plumón de cisne,
por una túnica vacía, por una Helena.
¿Y mi hermano?
Ruiseñor, ruiseñor, ruiseñor,
¿qué es dios? ¿qué no es? ¿qué hay entre lo uno y lo otro?

"No te dejan en Platres dormir los ruiseñores".

Triste avecilla,
en Chipre besada por la mar,
que me evoca, así lo quiso el destino, la patria,
he fondeado yo solo con esta fábula,
si es verdad que es una fábula,
si es verdad que los hombres no caerán más
en la vieja trampa de los dioses;
si es verdad
que otro Teucro, al cabo de los años,
o un Áyax o un Príamo o una Hécuba
o un desconocido sin nombre, que sin embargo
ha visto desbordarse de cadáveres un Escamandro,
no está destinado a escuchar
mensajeros que vengan a decirle
que tanto dolor y tantas vidas
se fueron al abismo
por una túnica vacía, por una Helena.


Yorgos Seferis/ Pedro Bádenas de la Peña

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